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¿QUÉ ESCRIBIR?

 

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Por Javier Carlo

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Foto de:Alberto Uc.

 

Hay días que particularmente me siento como el personaje de una serie de televisión, a expensas del humor y las situaciones que plantee el escritor de esta temporada. Imagino por uno momento a Will Truman, a Bree Van De Kamp, a Rachel Green, a Gregory House o a Donald Trump[1], queriendo actuar sin saber qué hacer ni cómo hacerlo; y en mi caso, hoy podría ser un día de esos.

En lo alto de este puente de piedra curvo, alcanzo a ver un esbozo del centro de mi ciudad, mientras que el sol tiñe de naranja los muros de las torres que me flanquean y el tránsito en las avenidas, incluso en el cielo, acoge el inicio de una jornada más. El suelo conserva la humedad de la lluvia de anoche y yo, a merced de las manías de mi escritor, pienso –también– qué escribir.

Si escribir fuera fácil –¡caray!–, cualquiera lo haría. Y con escribir me refiero no al acto mecánico de asir una pluma o pasar los dedos sobre un teclado, sino en un sentido narrativo, al proceso mental en el que el escritor involucra, compromete y deja parte de sí mismo en cada palabra.

Distinto al ritmo de trabajo que asume –por decir– un oficinista, con una serie de tareas un tanto previsible, en un horario de 8 horas y de lunes a viernes; escribir se trata de construir historias, cuyos personajes, situaciones y tramas sean capaces de emular aquellas realidades que vivimos o bien, soñamos, lo cual no es una labor predecible ni que obedezca a horarios. En dado caso, escribir responde a arritmias de inspiración volátil.

Escribir es cuestión de desdoblarse uno mismo y andar todas las posibilidades del camino, hasta encontrar aquella que sin hacernos perder la conexión con el otro, satisfaga nuestra propia necesidad de expresión.

Escribir –en mi experiencia– es una labor celosa, que exige que uno ‘esté bien’, es decir, que el escritor se encuentre tranquilo, sin sobresaltos ni fuertes preocupaciones, dispuesto a entregarse al espacio en blanco lo más ecuánime que le sea posible; situación que no mucha gente llega a comprender, justo por lo ‘simple’ que parece. Así, escribir también demanda tiempo, tiempo para pensar y tiempo para redactar: para hacer y deshacer, para corregir y transigir, para andar todos los posibles caminos que podría ser una historia, sin que esta inversión represente –en definitiva– una pérdida de tiempo, por larga, exhaustiva y desesperanzada que pudiera tornarse.

En teoría, un texto nunca es un producto acabado, sin embargo, alcanza la madurez sólo cuando ha reposado el tiempo suficiente.

La paradoja es que cuando hay tiempo para escribir, las ideas no fluyen fácilmente; así el tiempo para pensar y el tiempo para redactar no suelen convivir juntos, y con frecuencia el primero toma por asalto al segundo casi en cualquier parte. Y vaya que he pasado casi todo un día de ocioso –escribiendo–, hasta que me fui a dormir: ¡entonces surgió la inspiración!

Soy adepto de la teoría de la generatividad propuesta por Robert Epstein, que postula la ampliación de experiencias como uno de los 4 principios para estimular el pensamiento creativo[2]; creo firmemente en que un escritor  debe tener la disposición –sino el gusto– de experimentar nuevas vivencias, de salir de la rutina y correr pequeños grandes riesgos que nutran su background de experiencias y le permitan hacer cruces de información novedosos, interesantes y de gran calidad, con los cuales enriquecer sus historias, esto es, impregnarlas de una realidad por demás creíble, cercana, casi tatuada.

Principio que habría de ser útil no sólo para un escritor, sino para todo comunicador cuyo desempeño penda en buena parte del hecho de contar historias.

Y llega el momento de enfrentar el espacio en blanco, similar –me parece– a compartir la desnudez con otra persona, con lo que uno es, lo que sabe y aquellas infinitas posibilidades de ‘armar un buen juego’; donde lo importante es disfrutar del proceso, de los aciertos, los atisbos y los errores, regocijarse de la forma en que el texto toma forma y se convierte en historia.

En tanto que toman parte la sintaxis, la semántica, el ritmo, la intención y la semiótica, así como una ‘ene’ cantidad de páginas y/o pantallas redactadas y vueltas a redactar, los grandes desafíos de un escritor son, por una parte, fraguar un estilo que a la vez que le complazca, lo caracterice y lo arroje a sus lectores; por otra, evocar todas aquellas imágenes que hagan significativo su trabajo. Algo así como detonar una carga de dinamita al final de la lectura. ¡Letal para su interlocutor!

Sólo basta un pretexto para empezar a escribir: la Luna, la almohada, una sonrisa de paso; la frase que te escuché, el twitazo reciente de mi editor, los sinsabores –quizá– de un día complejo; mis dudas sobre el sistema, una invitación a la boda real, el fin de Bin Laden, el copete del candidato, el capítulo de anoche de mi serie favorita; las preguntas acerca de por qué escribo, la incógnita de cuántos me leen; el death line de este mismo texto. Una que otra libertad en el uso del lenguaje –así como los escritores célebres–, economía de palabras y heme aquí.

Desdoblado en el espacio-tiempo de alguna historia, me veo en un puente de piedra curvo, en una de las fotos de mi maleta de viaje, a la expectativa de que mi escritor –si es que lo hay– conciba un giro argumental y provoque mi entrada en escena. Se me hace que voy a conocer a alguien. Permítanme, tengo una llamada…

– ¿Bueno? –

 

[1] Personajes famosos de las series norteamericanas Will & Grace, Desperate Housewives, Friends, Dr. House y The Apprentice, respectivamente.

[2] Los 4 principios de la Teoría de la Generatividad son: captura, reto, ampliación y entorno (Epstein, 2000).

 


Javier Carlo

Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. Actualmente, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del ITESM.

Su experiencia profesional abarca el desarrollo de programas educativos a nivel superior y la impartición de cátedra; así como el marketing para medios y el desarrollo de proyectos audiovisuales.


A la fecha, es profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor de la Universidad Motolinía del Pedregal.

 

Contacto:
jcarlomena@gmail.com
Facebook: Javier Carlo
Twitter: javocarlo

 


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